"Subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron junto a él. Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar" Mc 3,13-14
Dios llama para estar con Él y enviar a anunciar el Evangelio. Llama y envía para imitar su ejemplo y continuar su misión. Así pues, la vida consagrada tiene como misión seguir a Cristo no sólo realizando sus obras, sino conformándose con Él en todas las dimensiones de su existencia. Cada carisma religioso es una llamada peculiar a seguir e imitar a Jesucristo configurándose con Él en un determinado aspecto de su ministerio hasta llegar a convertirse en testimonio para los demás de ese aspecto determinado. Es decir, se trata de hacer presente a Cristo en el mundo mediante el testimonio personal, mediante la propia vida tanto en el "ser" como en el "hacer".
Mª Teresa Dupouy se vio seducida por un Jesús que "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1). Este amor sin fin, manifestado en la Eucaristía, lo contempla en el Corazón de Jesús. Es ese "Amor hasta el extremo" el que nosotras, Misioneras, estamos llamadas a vivir. Ello nos lleva, como nos piden nuestras Constituciones, a tener como la más sagrada y dulce ocupación "el contemplar, estudiar y conocer a fondo las disposiciones interiores del Corazón de Jesús para unirse y conformarse con ellas. Todo puede resumirse en estas dos palabras: "Dilexit, Tradidit". Esta es, pues, nuestra primera misión: ser testimonios vivos de amor hasta el extremo.
Es este Amor hasta el extremo el que nos lleva a amar apasionadamente a Cristo, a dejarnos amar por él y a hacer que se le ame, pues en él hemos descubierto la razón última de nuestra vida por la que vale la pena dejarlo todo. Y si hemos encontrado "El Tesoro", Cristo, ¿cómo no ayudar a que otros le descubran y le amen? Así surge nuestra acción. El Señor quiere que le amemos, que nos dejemos amar por él y que le demos a conocer para que le conozcan y le amen. Somos, pues, las Misioneras del Corazón de Jesús, las enviadas de Su Corazón para extender su Reino de Amor por todos los lugares de la tierra. De ahí surge nuestra acción y celo misionero.
Pero, "La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la Mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 37-38). Este deseo lo expresa Jesús y nosotras queremos responder suscitando vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras para que haya más evangelizadores que le amen y le den a conocer. Esta misión la realizamos por medio de la oración y la acción, que nos llevan a una entrega plena, total y sin reservas de nuestra vida a Dios y a los hermanos, aceptando con alegría las consecuencias de nuestra entrega.
Así pues, como miembros activos de la Iglesia estamos llamadas a participar de su misión evangelizadora buscando la gloria de Dios extendiendo su Reino de Amor mediante el fomento de las vocaciones y las misiones. Esta tarea nos lleva a:
- Despertar en el Pueblo de Dios la conciencia de sacerdocio común.
- Promover la participación de los laicos en la vida y en los ministerios de la Iglesia.
- Suscitar y fomentar en el Pueblo de Dios las llamadas al sacerdocio ministerial, la vida religiosa y misionera.
- Acompañar a quienes se sientan llamados por Dios a un seguimiento especial de Jesucristo.
- Incentivar e irradiar el espíritu misionero.
- Trabajar con dedicación y entrega en las obras propias de las misiones.
- Apoyar y potenciar la obra misionera de la Iglesia.
- Orar por las vocaciones misioneras, religiosas y sacerdotales, y propagar las asociaciones de oración a favor de las vocaciones.